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Santa Inés, virgen y mártir
Santa Inés fue una joven perteneciente a una de las familias aristocráticas más poderosas de Roma y con solo doce años padeció el martirio bajo Diocleciano, quien en su momento era emperador de Roma. Su fiesta se celebra el 21 de enero y en ella se bendicen dos corderos blancos, tras la misa que se celebra en la basílica de la Nomentana. De la lana de estos corderos se confeccionan los palios que usan los papas, patriarcas y arzobispos en las ceremonias litúrgicas más solemnes.
En Roma, en la época en que nació Santa Inés, no había nada sagrado o inocente, pues eran años muy sangrientos. Sin embargo, Santa Inés sobrevivió todo esto, lo que marcó su trágico destino, convirtiéndola en un símbolo de belleza y virtud que ha trascendido los siglos, iluminando el camino de miles de fieles y devotos.
Se dice que el hijo del Prefecto se había enamorado de ella, pero ella lo rechazó porque estaba decidida a sacrificar su virtud a Dios. El chico rechazado se quejó con su padre, que intentó doblar la obstinación de la joven forzándola a convertirse en una Vestal (antiguas sacerdotisas vírgenes de origen romano que eran consagradas a la diosa Vesta). Debido a su rechazo adicional, la encerró en un prostíbulo, como signo de supremo desprecio. No obstante, ningún hombre fue capaz de tocarla, y el único que lo intentó perdió la vista por la voluntad de un ángel.
Fue arrastrada por las calles desnuda y según la historia, una masa exuberante de cabellos creció de su cabeza, para envolverla en una manta permitiéndole mantener su cuerpo y pudor a salvo. Al final, fue degollada con una espada, una muerte sangrienta que se reservaba solo a los corderos, murió con un cordero blanco en sus brazos como a menudo es representada. Su sacrificio suscitó inmediatamente formas de culto popular y todavía hoy se celebra en muchas festividades y es amada por toda la cristiandad.